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II LA DINASTIA OMEYA (661-750)


Califato Omeya, gobierno ejercido por la dinastía que rigió el califato árabe del Islam desde el 661 hasta el 750, y la España musulmana entre el 929 y el 1031.
Procedente de una familia de comerciantes aristócratas, los Omeya, Muawiya estabilizó durante su reinado la situación de la comunidad musulmana tras el asesinato de Alí. Trasladó la capital de Medina a Damasco, poniendo a los gobernantes musulmanes en contacto con las tradiciones culturales y administrativas más avanzadas del Imperio bizantino.
Muawiya también estableció el principio de sucesión califal, designando como heredero indiscutible a su hijo Yazid y haciendo prometer al consejo de ancianos que apoyarían al heredero designado.
La práctica de la sucesión hereditaria continuó durante todo el califato Omeya, al igual que en las siguientes dinastías. No obstante, muchos musulmanes negaron más tarde su aprobación, por considerar esa práctica una desviación de la naturaleza esencial del Islam.

LA PUGNA POLÍTICA INTERNA
La ascensión al poder de Muawiya, fundador de la dinastía Omeya, da inicio a una nueva etapa para la Umma. Los Historiadores árabes inmediatamente posteriores a la dinastía, designan a este periodo como monarquía mulk, negándose a otorgar a los gobernantes Omeyas el título de califas, por haber...
secularizado el naciente imperio islámico, y señalan la reanudación del califato con el advenimiento abbasi, en 750.

El nexo teocrático que había sustentado y mantenido a la Umma, durante los primeros califas ortodoxos Abú Bakr y Omar, había sido destruido después del asesinato de Utman y la guerra civil que siguió a este hecho. Al instaurarse la nueva dinastía (661), se produjo el traslado de la capital imperial de Medina a Damasco, lo que significó la perdida del poder para la oligarquía mequí y de la importancia política de Medina y la Meca, que sólo conservaron su prestigio religioso, como cuna del Islam y centro de peregrinación de los Santos lugares; esto, sumado a la rápida expansión del imperio, al estado de semiautonomía que poseían las nuevas provincias, al descontento de los partidarios de Alí, que postulaban los derechos de él y sus descendientes como legítimos sucesores del profeta Mahoma, y al problema Jarichita, presentaba un complejo cuadro lleno de dificultades para la naciente administración Omeya. El rol de Muawiya, proclamado califa en Jerusalén en 661, fue fundamental para el asentamiento de la dinastía. Su primera gran labor fue el restablecimiento de la unidad del imperio; para ello inició un proceso de centralización gubernamental, ahora necesario si el naciente imperio había de sobrevivir. Este proceso suponía la adopción de varias medidas.
La primera de ellas fue el traslado de la capital a Damasco, cuya posición central y participación en antiguas tradiciones culturales y administrativas permitirían hacer posibles un gobierno que eficientemente dominara las provincias más remotas. Además, Siria ofrecía la posibilidad de sustentar la nueva administración en una población recientemente convertida al Islam y ajena a las luchas intestinas de la península arábiga. Finalmente, Damasco era la base y centro de operaciones de Muawiya como ex gobernador de la provincia, desde donde iniciara su lucha por el liderazgo de la comunidad de creyentes.

El Segundo paso fue asegurar el poder califal, reafirmando la amplitud de sus poderes como guía religioso y político frente a la sura o consejo de notables musulmanes que el arbitraje de Adrah había establecido.
En cuanto a la administración provincial, los califas omeyas supieron rodearse de personeros de cuya lealtad no cabía duda, dando a los gobernadores amplios poderes para ejecutar la política califal. Sin embargo, el nuevo califa se apoyó principalmente en los beduinos, al implementar una sura, organismo consultivo y algunas veces ejecutivo, donde estuvieron representadas las principales tribus árabes, estableciendo un compromiso entre la autoridad y los jefes de tribus y notables. Este sistema también impuesto en los gobiernos provinciales, donde se constituyeron consejos locales. Esta política, clara vuelta a la fórmula de alianzas tribales prevalente en la Arabia preislámica, donde el nexo político se sobreponía al religioso, iba a ser una de las causas que conducirían al cabo de un siglo a la caída de la dinastía.
Finalmente, para asegurar la continuidad del poder, Muawiya realizó un profundo cambio que caracteriza el paso de los califas ortodoxos a los Omeyas; estableció la institución de la sucesión califal por línea directa, con lo que se aseguraba el mantenimiento del poder en la casa Omeya. Muawiya, gran constructor del califato omeya, se destacó por su habilidad y fineza políticas (hilm); fue considerado uno de los más grandes califas hasta por la oposición política abbassí y shiíta. Su dinastía dotó al imperio musulmán de un sólido armazón jurídico y administrativo, desarrolló la urbanización y la vida social, fue la iniciadora de la arquitectura musulmana; favoreció la gestación de un movimiento intelectual, sentando las bases para el desarrollo de la futura civilización árabe-islámica clásica, que la época abbassí no hará más que llevar a su apogeo.
En el periodo omeya, el imperio musulmán consiguió su mayor extensión territorial, abarcando desde los confines de China hasta la península Ibérica.
A la muerte de Muawiya (680) se agudizaron los conflictos internos, fomentados especialmente por el círculo medinense, que reprochaba a los omeyas el abandono de las tradiciones del profeta y su excesivo interés por los asuntos temporales en desmedro de los religiosos. Entronizado el hijo de Muawiya, Yazid (680-683), debió enfrentar una rebelión encabezada por Al- Husayn, hijo de Alí y de Fátima, la hija del profeta, quien reclamaba sus derechos al califato. Al Husayn rehusó reconocer al nuevo gobernante. Llamado por los shiies de Kufa, fue proclamado califa; cuando intentó apoderarse de la ciudad, se enfrentó con las tropas dirigidas por Ubayd Allah cerca de Karbala en octubre de 680, perdiendo la vida. Aunque el hecho no tuvo gran trascendencia militar, el drama de Karbala, donde un descendiente del profeta murió luchando contra los "usurpadores", iba a provocar un abismo irreconciliable entre el Islam shiíta y sunita.

La shiita, que comenzó como una facción puramente árabe y política, agrupada en torno a las pretensiones de Alí y sus descendientes al califato, habiendo fracasado después de la batalla de Karbala, buscó la victoria como una secta islámica, adquiriendo la mayoría de sus prosélitos entre los mawali, en quienes la idea de una sucesión legítima a partir de la descendencia del profeta, ejercía mayor atractivo que continuar bajo la hegemonía de una dinastía hereditaria cualquiera. El shiísmo llegó a ser esencialmente la expresión religiosa de la oposición al estado y al orden establecido, cuya aceptación significaba conformidad con (sunni) la doctrina islámica ortodoxa. Después de la batalla de karbala, algunos Shiitas se plegaron a los omeyas, otros intentaron sucesivas revueltas en Siria y en Irak, hasta ser finalmente aplastados en 685. respaldado por descontentos pertenecientes a los alíes, a los mawali y a las grandes familias, encabezó mas tarde una sublevación en la zona; se formó un pequeño reino que estableció en Kufa, que fue vencido por Ubayd Allah en 687. No volvería a haber rebeliones shiítas hasta el año 740, durante el califato de Hisam.
Importante fue la rebelión que estalló en el Hiyaz, dirigida por Abd Allah Ibn Zubayr, quien no reconoció a Yazid como califa. Este periodo representa un rebrote de las antiguas rivalidades tribales entre los qaysíes del norte, contrario a los omeyas, y los Kalbíes o yemeníes del sur, partidarios de la dinastía. Las tropas de Yazid vencieron en medina a ibn Zubayr, quien se refugió en la ciudad de la Meca. El deceso del califa Yazid ocasionó entonces un periodo anárquico, ya que su hijo, Muawiya II, murió a las pocas semanas. Los medinenses proclamaron califa a ibn Zubayr, apoyado por la tribu de los Qaysíes. Por su parte, sus rivales yemeníes eligieron califa a Marwan Ibn al-Hakam, quien finalmente se impuso. Su corto período se caracterizó por constantes luchas, hasta que le sucedió su hijo Abd al Malik (685-705), quien logró restablecer la unidad y la paz en el imperio, constituyéndose en uno de los califas más destacados de la dinastía. Con la muerte de Ibn Zubayr, el año 692, desapareció la posibilidad de que las ciudades de la Meca y Medina ejercieran algún rol político importante.
El movimiento Jarichita constituyó una amenaza permanente para los omeyas. Momentáneamente controlados después de la batalla de Naharewan, los jarichitas evolucionaron hacia tendencias políticas anarquistas, que derivaron en la gestación de varios focos de rebelión en diversos puntos del Imperio.
Estas revueltas jarichitas prosiguieron hasta el final del califato omeya y fueron unos de los factores que contribuyeron a la caída de la dinastía.
Durante el gobierno de Abd al-Malik se inició un proceso de organización y ajuste de las antiguas estructuras de administración persa y bizantina; desde luego se instauró el árabe como lengua oficial de la administración y contaduría. En 696 se acuñaron las primeras monedas en arábigo.
Las revueltas shiítas, jarichitas y qaysíes continuaron poniendo en peligro la seguridad interior del imperio, pero Abd al Malik, asesorado por el gobernador de Irak, Hayyay, consiguió mantener la estabilidad. Sus sucesores, Walid (705-715), Sulayman (715-717) y Umar Ibn Abd al Aziz (Umar II, 717-720), gobernaron en un periodo de paz que fue alterado durante el reinado de Yazid II (720-724). El último gran periodo de la dinastía omeya fue alcanzado en el gobierno de Hisam Ibn Abd al- Malik (724-744); después de su muerte, el imperio declinó, intensificándose las pugnas tribales y reapareciendo una activa oposición shiíta y jarichita. El último califa de la dinastía fue Marwan II (744-750), quien, a pesar de su habilidad, no pudo detener los acontecimientos que precipitaron la caída de los Omeyas.-

d.d.Islam