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De Omeyas a Abasíes

Génesis y Desarrollo

Bandera de Califato AbasíLos Omeyas fueron derrotados por una coalición de shiíes, iraníes y otras comunidades musulmanas y no musulmanas insatisfechas con su régimen. Los rebeldes fueron dirigidos por la familia Abasí, descendiente de un tío de Mahoma, Abbas, de donde procede su nombre. Desde el 718 los Abasíes habían conspirado para apoderarse del califato, enviando agentes a diversas partes del imperio musulmán para minar el prestigio de los Omeyas. Hacia el año 747 se habían asegurado el apoyo suficiente para organizar una insurrección en el norte de Irán, que condujo a la caída del califato Omeya tres años más tarde. Los Abasíes ejecutaron a la mayoría de los miembros del antiguo clan dirigente, trasladaron la capital del imperio a Bagdad e imitaron en su corte gran parte de la pompa y ceremonia de la anterior monarquía persa.
En el año 751 fue derrocada la dinastía Siria de los Omeyas. Sólo se salvó uno de sus miembros, Abderrahmán, quien consiguió refugiarse en España, donde fundó el Emirato de Córdoba. La ascensión de la dinastía abasí al poder tras la caída de los omeyas no fue sólo una sustitución dinástica, sino una revolución que implicó profundos cambios en las estructuras del imperio.El estilo sirio-bizantino de los califas omeyas fue sustituido por el estilo mesopotámico persa de los abasíes. Surgió una nueva concepción del mundo islámico, encarnada por los califas de Bagdad y sus visires, su corte y su autocracia. La vida económica recibió un gran impulso, la aristocracia beduina de los conquistadores fue reemplazada por un gobierno cosmopolita, sustentado en los mercaderes, los negociantes y los administradores, quienes acrecentaron las fortunas personales y la del Estado. Este cambio respondió a la necesidad de una economía de paz agrícola y comercial.
El Islam extendía sus dominios desde el Atlántico hasta Asia central, pese a la constitución de un emirato independiente del poder central en España y a que en el siglo X los fatimíes controlaron el norte de África.
La hegemonía política musulmana estuvo acompañada de una dominación económica que generó graves desequilibrios sociales en el imperio. Éstos dieron lugar a disturbios y revueltas cuyas principales reivindicaciones, aparentemente motivadas por causas de tipo religioso, tuvieron con frecuencia un marcado carácter social, especialmente en el ámbito campesino, como manifestación de oposición contra el dominio de ciudadanos y burgueses.Las ciudades tuvieron un gran desarrollo tanto en el plano económico como en el cultural.

Las letras y las ciencias adquirieron un gran impulso al ser propiciadas por los califas, sabios, poetas, músicos, teólogos y filósofos reunidos en torno a las grandes escuelas, madrasa, del pensamiento islámico, que crearon una efervescencia intelectual, de donde surgieron un sinnúmero de ideas, sectas, movimientos y polémicas.Esta atmósfera creativa no sólo influyó en las formas de vida y en la mentalidad de época, sino que también se extendió a la vida política. Es así como surgieron distintas corrientes ideológicas interpretativas del Islam y con ello diversas líneas de acción que condujeron a la división del imperio musulmán en tres califatos (Fatimí, Omeya de Córdoba, y Abbassí), incluso en el propio seno del califato abbassí se manifestaron tendencias hacia una desmembración del pode central en beneficio de jefes locales más o menos importantes. Tal situación obligó a los califas Abbassíes, para hacer frente a estas tendencias separatistas, a recurrir a fuerzas exteriores (Turcos), que paulatinamente fueron adquiriendo un papel preponderante no sólo en el ejército, sino también en el gobierno, lo que finalmente llevó a la desmembración del califato y a la destronización de la dinastía abbassí. Esta situación afectó no sólo a Bagdad, sino también a los omeyas en España y a los fatimíes en Egipto.
A partir del siglo XIII, la conducción del mundo musulmán pasó de las manos árabes a las de los no árabes, a nuevos conversos llenos de un entusiasmo comparable al de los primeros discípulos del profeta Mahoma.

La Ascensión De Los Abassiíes los primeros califas.
El inicio de la insurrección abbassí lo encontramos en un movimiento impulsado por el partido Hashimiya que estaba formado por adeptos de Mujtar y de Muhammad ibn al Hanafiya, nieto de Alí, escapados a la derrota infligida por Ubayd Allah en el año 687. Los sobrevivientes se habían agrupado en torno al hijo de Al Hanifa, Abu Hashim. Cuando éste murió, sin descendencia, reconocieron por heredero suyo no a un Ali, si no a Muhammad Ibn Ali, un descendiente de Al Abbas, que fue aceptado por la secta y obtuvo la dirección de su organización propagandística y revolucionaria.
El principal centro de actividad estuvo en Jorasán, donde numerosos shiítas y abbassíes habían sido exiliados anteriormente por Al-Hayyay, allí encontró apoyo por parte de los mawali locales, descontentos de su situación social y económica.La actividad hashimí comenzó hacia el año 720, pero no adquirió real fuerza hasta el año 743, cuando el hijo de Muhammad Ibn Alí, Ibrahim, nombra al mawali persa Abu Muslim como encargado de la acción subversiva en Irán. Abu Muslim consiguió considerable éxito entre la población persa, incluyendo hasta la aristocracia rural y ganó también la simpatía del movimiento shiíta, el cual aceptó la di­rección de éste.
El año 746 comenzó el levantamiento hashimí y las banderas negras de los abasíes fueron izadas en Jorasán. El conflicto entre las tribus árabes impidió a la dinastía omeya detener el movimiento abasí, y los ejércitos de Abu Muslim avanzaron hacia el este, obteniendo victoria tras victoria, hasta que finalmente derrotaron al ejército omeya en las riberas del gran Zab. Fue así como el abasí Abu Al-Abbas, hermano de Ibrahim, asumió el liderazgo de la Umma co­mo califa y fundador de una nueva dinastía, con el nombre de Saffah.El califato de Abu Al-Abbas (750-754) se distinguió esencialmente por la persecución a los omeyas y la distribución de las provincias a sus parientes. Estableció su capital en la pequeña población de Hasimyya, que se edificó en la orilla oriental del Eufrates. Más tarde trasladó la capital a Anbar. Le sucedió su hermano Abu Ya'far Al-Mansur ("el victorioso") (754-775).
Verdadero fundador de la dinastía, dotado de una muy alta opinión de su rol, quiso ser soberano sin discusión, y para ello persiguió a los shiítas, quienes, apartados del califato, provocaron revueltas en dos ocasiones (755 y, sobre todo, 762-763), aunque sin éxito. En cuanto a Abu Muslim, a quien los abasíes debían su advenimiento, fue asesinado en 755; representaba un peligro y un adversario para el califa, pues había conseguido reunir en torno a sí un grupo de fieles. Por otra parte, éstos, después de su muerte, fundaron una secta (Abu Muslimiya) que tuvo cierta resonan­cia en el Jorasán.Por su parte los jarichitas, que vieron frustradas sus reivindicaciones, provocaron algunas revueltas en Omán y posteriormente desplazaron toda su actividad política al norte de África, usando como centro de operaciones la ciudad de Trípoli, que capturaron el 757. Los jarichitas se apoderaron de Qairawan al año siguiente y lograron constituir un Estado que comprendía Argelia oriental, Túnez y Tripolitana. Sin embargo, a pesar de las sucesivas insurrecciones provocadas por éstos, fueron finalmente reducidos en 770-771 y la provincia de Ifriqiya permaneció a partir de entonces bajo el dominio del califato.
Las disidencias de Abu Muslim, de los shiítas y jarichitas, obedecieron a que la revolución abasí, como la mayoría de estos movimientos, fue una coalición de diferentes intereses, mantenidos juntos por el deseo común de derribar a la dinastía omeya, pero condenado a disgregarse en grupos en pugna, una vez lograda la victoria.Al-Mansur tuvo el mérito de organizar la administración del Estado, que situó bajo la dirección de los visires de la familia de los Barmakies, pero sobre todo fue el fundador de la ciudad de Bagdad, exactamente de Madinat As-salam, la ciudad de la paz. Al-Mansur escogió el sitio por buenas razones prácticas. Estableció la ciudad cerca de un canal navegable que liga el Tigris y el Eufrates y que ocu­pó una posición clave en las rutas comerciales que se cruzan en todas direcciones y sobre el camino a la India. Existe un relato del geógrafo Ya'qubi que revela los pensamientos del califa al elegir el lugar:"Esta isla entre el Tigris al este y el Eufrates al oeste es un lu­gar para un mercado mundial.
Todos los barcos que ascienden por el Tigris procedentes de Wasit, Basra, Ubulla, Ahwaz, Fars, Uman, Yamama, Bahrayn y más allá, recorrerán sus aguas y anclarán aquí. Mercancías traídas en barcos sobre el Tigris procedentes de Mosul, Diyar-Rabia, Adarbayyan y Armenia, y a lo largo del Eufrates, oriundas de Diyar-Mudar, Raqqa, Siria y los pantanos colindantes, Egipto y África del norte, serán transportadas y descargadas aquí. Será la ruta para las poblaciones de Yabal, Isfahan y los distritos de Jorasán. Dios sea loado, que la preservó para mí e hizo que la menospreciasen todos los que vinieron antes que yo.
En nombre de Dios, la edificaré. Entonces viviré en ella mientras viva y mis descendientes morarán en ella después de mí. Será seguramente la ciudad más floreciente en el mundo."La ciudad de Bagdad ha sido también llamada Madinat Al-Mudawwar, ya que la parte esencial de la ciudad estaba constituida por un círculo de cuatro kilómetros de diámetro, que formaba una especie de ciudadela, en cuyo centro se erigía el palacio del califa y a su alrededor fueron construidos otros palacios, mezquitas, edificios oficiales, viviendas para los funcionarios y los cuarteles para la guardia jorasaní de los califas. Dos grandes ejes, que se cortaban en el centro en ángulo recto, conducían a las cuatro puertas construidas en las murallas de la ciudad.
En el exterior se desarrolló rápidamente una gran metrópoli comercial.Bagdad fue la capital del imperio por quinientos años, constituyéndose en el centro de la vida política, económica, social y cultural.

Una descripción de la ciudad y su refinamiento se encuentra en las crónicas de los viajes del geógrafo árabe del siglo XIV Ibn Battuta:"Bagdad tiene dos puentes de barcas, amarradas de la mane­ra que ya hemos relatado al hablar del puente de la ciudad de Al-Hilla; la gente, lo mismo hombres que mujeres, los cruzan día y noche, muchas veces por el simple placer de pasear. Hay en Bagdad once mezquitas en las que se recita la jutba y se reza la oración del viernes: ocho en el lado de poniente y tres en la parte de levante; hay otras muchas mezquitas y madrasas, pero están todas en ruinas. Hay también muchos baños de los más maravillosos que he visto, casi todos embadurnados de alquitrán hasta la azotea, así que al que los mira le parecen de mármol negro.
Este alquitrán se saca de una fuente que hay entre Kufa y Basora, de la que se le hace manar continuamente. En los bordes del manantial se hace como arcilla, se traspa­lea y acarrea para Bagdad."En cada uno de estos baños hay muchas celdas con el suelo y la mitad inferior de las paredes untados de alquitrán, mientras la mitad de arriba está recubierta de yeso puro, blanco; de este modo, los dos contrarios se juntan y sus bellezas se encuentran frente a frente. Dentro de cada una de estas celdas hay un pilón de mármol con dos canalillos, por uno de los cuales corre agua caliente y por el otro agua fría.
En la celda no entra más que una sola persona, sin que nadie la acompañe, a menos que lo quiera así; en un rincón hay otra pileta para lavarse, que tiene también dos canalillos de agua caliente y fría. A todo el que entra, se le dan tres toallas: una para ceñírsela al cuerpo cuando entra, otra para hacer lo mismo cuando sale de la celda y otra para secarse el cuerpo; no he visto semejante esmero en ninguna otra ciudad, más que en Bagdad y en algunos países que se le parecen en esto."El cambio de sede de la capital imperial significó el traslado del centro de gravedad desde Siria a Irak, el centro tradicional de los grandes imperios cosmopolitas del Oriente Cercano y Medio, en el que las antiguas influencias orientales, y especialmente persas, de­sempeñaron un rol cada vez mayor.A la muerte de Al-Mansur accedió su hijo Al-Mahdi (775-785), cuyo gobierno se caracterizó por las acciones represivas contra las sectas heterodoxas y la condena a muerte de sus adeptos, a los que da el nombre genérico de zindiq (opositores a la fe revelada).
Se destacan las ejecuciones de Ibn Al-Muqaffa, acusado de maniqueísmo, e Ibn Abi Al-Awya, acusado de negar la ley. Después de una temporal am­nistía sin resultados, se acrecentó la persecución con la creación de un organismo especial para ello. Sin embargo, en el año 778 Al-Muqqanna, "el profeta velado", discípulo de Abu Muslim, dirigió en el Jorasán una gran rebelión que se extendió a Bujara y Samarcanda y solamente dos años después logró ser sofocada.Al-Hadi murió asesinado en el año 786 y asumió el poder el célebre Harun Al-Rasid (786-809), cuyo nombre significa "el que sigue el camino recto".
Es el califa más conocido de la dinastía; incluso la leyenda se ha ocupado de él, pues aparece en numerosos cuentos árabes. Por ejemplo, en los cuentos de Las mil y una noches. Vemos a Harun con su visir Jaffar —frecuentemente disfrazados— caminar entre sus súbditos para conocer sus necesidades, hacer justicia, casti­gar a los jueces venales y ayudar a desgraciados y oprimidos.
El fiel Jaffar era el firme apoyo y confidente de Harun. En "Las mil y una noches" es el compañero inseparable de las más locas aventuras del califa. Entre aquellas leyendas se halla la siguiente: "Una tarde, Harun llamó a su visir y le dijo: 'Es mi voluntad ir por la ciudad e interrogar a la gente sobre quienes les gobiernan. Aquellos de los que oiga alguna queja, serán destituidos, y quienes sean alabados serán recompensados'. Jaffar respondió: 'Tu voluntad es ley'."En compañía de su visir y de su verdugo, el califa se dirigió a la ciudad y re­corrió sus calles y plazas. En una miserable calleja había un viejo pescador que recitaba en voz alta unos versos quejándose de su triste sino. Al preguntarle por qué estaba afligido, el hombre respondió: '¡Oh, señor! Soy un pobre pescador cargado de familia que he trabajado desde el mediodía hasta ahora, pero Alá no me ha concedido con qué pueda alimentar a los míos'. '¿Quieres volver con no­sotros a la orilla del río —dijo el califa— y echar en mi nombre tus redes en el Tigris? Cualquier cosa que recojas te la compraré por cien monedas de oro'. Contentísimo, el hombre exclamó:' '¡Por mi vida, os acompaño!' Los siguió, pues, hasta las orillas del río y arrojó inmediatamente su red. Sacó en ella un pe­sado cofre sellado que el califa mandó abrir: contenía una mujer joven, 'blanca como una moneda de plata, pero muerta y cortada en diecinueve trozos'. '¡Qué horror! —gimió el califa y volviéndose a Jaffar, exclamó—: ¡Oh, perro visir, ¿es posible que en mi imperio sea asesinada la gente y arrojada al río, y que en el día del juicio tenga yo que responder de estos hechos? ¡Por Alá! que esta mu­jer será vengada y su asesino perecerá con la muerte más cruel!' Y añadió: 'Te colgaré en la poterna del palacio, a ti y a cuarenta miembros de tu familia, si no me traes al asesino de esta mujer, para que pueda darle castigo'."Jaffar pidió tres días de plazo para cumplir tal misión y Harun se los concedió. Pero pasaron los tres días sin que Jaffar hubiese podido descubrir al cul­pable y las horcas destinadas al visir y a sus parientes estaban a punto. Gente de todas partes acudía para presenciar el suplicio. Pero cuando todos observaban al califa que iba a dar la señal fatal, un joven salido de la multitud se adelantó hacia el visir y le habló así: '¡Oh, refugio de los pobres, tu rectitud te salvará! Yo soy quien mató a la mujer encontrada en el cofre. Que me ahorquen a mí y que la justicia siga su curso'."El joven contó luego al califa lo que sigue: 'Jefe de los creyentes, sabed que esta mujer era mi esposa y la madre de mis hijos. Ella me amaba y me servía con abnegación. Pero un día en que estaba enferma y deseaba con ansia comer manzanas, fruto rarísimo en Bagdad, pude conseguirle tres.

  Hacia el mediodía, cuando me hallaba en mi tienda sirviendo a los clientes, pasó un esclavo negro, alto y feo. ¿Y qué vi entonces? Se entretenía con una de las manzanas echándola a lo alto con las manos. Le dije: 'Amigo esclavo, dime, ¿de dónde has sacado esta hermosa manzana?' Y me respondió sonriendo: 'Me la ha dado mi amante. Cuando la visité enferma en cama, tenía tres manzanas. Ella me dijo: 'Mi cornudo marido se ha tomado mucho trabajo para traérmelas'. He comido y bebi­do con ella y me he llevado una de las tres manzanas'. 'Cuando oí esto, ¡oh, jefe de los creyentes!, creí perder mi cabeza. Cerré la tienda y me dirigí furioso a casa. Busqué las manzanas con la vista y al no ver más que dos, pregunté a mi es­posa: '¿Dónde está la tercera manzana?' Levantó la cabeza con negligencia y me respondió que no lo sabía. Para mí fue la prueba de que el esclavo dijo la verdad: cogí un cuchillo, me coloqué tras ella y sin decir palabra le corté la cabeza. Después, la hice pedazos, la coloqué en un cofre y lo eché al Tigris. Pero al volver a casa encontré llorando al mayor de mis hijos. '¿Por qué lloras, hijo mío?' Y me respondió: 'He cogido una de las tres manzanas que mi madre tenía y me la llevé a la calle para jugar con mis hermanos. Vino entonces un vil escla­vo negro que me preguntó de dónde la había sacado, me cogió la manzana de las manos y se la llevó. Temiendo que mamá me azotara por haberle robado la fruta, salí de la ciudad con mi hermano y he permanecido fuera hasta al anoche­cer'. Cuando escuché el relato de mi hijo comprendí que el esclavo había menti­do y calumniado a mi mujer de modo abominable. Desde hace cinco días que no ceso de gemir anonadado. 

Por tanto, os conjuro por el honor de vuestros an­tepasados que me ejecutéis en el acto y hagáis justicia, pues no quiero sobrevivir a mi querida mujer'."El califa exclamó: '¡Por Alá, que este hombre merece perdón! Hay que bus­car a ese maldito esclavo'. Y volviéndose a Jaffar le dijo: 'Descubre a ese mise­rable, causa de tanto mal. Si no le encuentras, a los tres días morirás'. Jaffar llo­raba y se lamentaba: 'Dos veces me has amenazado ya con la muerte; tanto va el cántaro a la fuente...'' 'A la mañana del cuarto día; Jaffar se preparó para morir: hizo testamento y se despidió de su familia. Al estrechar a la más joven de sus hijas en el último adiós, percibió algo bajo su vestido y le preguntó: '¿Hijita, qué es esto?' 'Padre —dijo la niña—, es una manzana que me ha dado hace cuatro días nuestro esclavo Rayhan'. Interrogado éste inmediatamente, no tardó en confesar que la había robado a un niño que jugaba en una callejuela. Jaffar sintió gran pesadumbre al saber que el culpable era su propio esclavo. Pero tenía ordenado con­ducir al culpable ante el califa y lo cumplió así. Al saberlo, Harun se sorprendió tanto que fue presa de un ataque de risa.
La historia le pareció tan extraordina­ria que dijo que debía ser escrita en letras de oro, y para agradecerle por haberlo hecho reír, concedió el perdón al esclavo.

"El califa" ganó gran reputación en Occidente debido a sus rela­ciones con la emperatriz de Bizancio, Irene, y con Carlomagno. Bajo su gobierno se inició el desmembramiento del imperio al conceder a los aglabíes, gobernadores de Ifriqiya, una autonomía muy próxima a la independencia a partir del año 799.
El norte de África escapó al control de Bagdad, pues el Magrib central se hallaba en manos de los jarichitas rustemíes, y Marruecos en las de los idrisíes alies.
Mientras tanto, en España se había constituido el emirato independiente.Sin embargo, el imperio abasí se extendía aún desde Egipto hasta la Transoxiana y constituía la mayor potencia política y económica de la época.El año 803, Harun Al-Rasid pone término a la dinastía de visires fundada por Jalid Al-Barmaki, debido al exceso de poder que había adquirido esta familia en la administración civil del imperio. Los visi­res barmakíes fueron acusados de haber participado en las intrigas para llevar a los shiítas al poder. En el año 809 murió Harun en una expedición al Jorasán, contra un levantamiento de la población turca e irania de la provincia. Su muerte dio lugar a una guerra fratricida por la sucesión, de la que salió victorioso Al-Ma'mun (813-833).Al-Ma'mun fue un gobernante inteligente, bajo cuyo califato la ci­vilización árabe conoció su momento de esplendor; con el deseo de acallar a la oposición de los alies, designó como su sucesor en 847 a Ali Al-Rida, imán de los shiítas duodecimanos. Este hecho político no significó una unión con la Shía, sino más bien un hábil intento de pacificación del imperio, en el entendido de que Ali Al-Rida gozaba de prestigio y contaba con la adhesión de sus seguidores. Sin embargo, esta decisión provocó una serie de protestas, principalmente de los sectores más ortodoxos de Bagdad, donde una sublevación llevó al nombramiento de otro califa: Ibrahim Ibn Al-Mahdi. La muerte de Ali Al-Rida y del visir pro shiíta de Al-Ma'mun llevó consigo el abandono de esta política de acercamiento entre la Sunna y la Shía que había propiciado el califa.Bagdad era entonces un gran centro cultural.

Al-Ma'mun, hombre culto y visionario, se interesaba por las obras griegas entonces traducidas por los cristianos: ciencias, medicina y filosofía. Aristóteles era objeto de numerosos estudios, y así se introdujo entre los intelectuales árabes el método de razonamiento lógico implementado por los griegos; este método fue especialmente aplicado por la escuela Mutazilí, aparecida a finales de la época omeya; conoció su verdadero desarrollo durante la época de Al-Ma'mun. Varios de los teólogos, juristas y pensadores de la escuela pertenecían a la clase de los mawali, lo que explicaría la existencia de reivindicaciones sociales en la temática de su doctrina. Ésta apelaba a la razón individual, al libre arbitrio, sólo compatible con la justicia divina. Por otra parte, los mutazilíes consideraban al Alcorán como creado, no como eterno; esta última postura en relación al texto sagrado suscitó vivas controversias en la capital del imperio.
El califa, que había tomado partido en favor de los mutazilíes, intentó imponer oficialmente su doctrina, mediante la fuerza si era necesario.Mientras tanto, al este del imperio, un general de Al-Ma'mun, Tahir, se proclamó independiente en el Jorasán, e hizo rezar la jutba (oración que se hacía a favor del califa) en su propio nombre; en Egipto estallaban una serie de conflictos; en Azer Bayjan, un movi­miento de resistencia con carácter social, dirigido por Babak, alcanzaba su plenitud entre 826-834. Al-Ma'mun falleció en Tarso en el momento que se preparaba a reiniciar las campañas bélicas contra los bizantinos.Con su sucesor, Al-Mu'tasin (833-847), se precipitaron una serie de acontecimientos y hechos erróneos, productos de su mal manejo de la política, que transformaron la estructura del califato. El prime­ro de ellos lo constituyó la contratación de mercenarios bereberes y principalmente turcos, como guardia personal del califa.
Esta guar­dia totalmente leal al califa —al menos en principio— iba a desempe­ñar un rol cada vez más determinante en la gestión gubernamental, y prácticamente sus jefes serían en algunos períodos los dueños del po­der.El otro factor fue el abandono de Bagdad por el califa; éste no tenía apoyo allí, la población era difícil de gobernar, especialmente por su rechazo al mutazilismo; así, Al-Mu'tasil decidió en 835 trasladarse a Samarra, ubicada a 95 kilómetros al norte de Bagdad, donde esta­ba bajo la protección directa de la guardia. Ésta se beneficiaba de los favores del califa; con el descontento de los árabes y persas que retiraron su apoyo a la dinastía, los califas abasíes a partir de entonces estuvieron ligados a su guardia, principalmente a los turcos. En estas circunstancias, el califa Al-Mutawakkil (847-861) asumió el poder apoyado por dos jefes turcos, uno de los cuales fue asesinado.
El mismo Al-Mutawakkil fue más tarde asesinado por la guardia turca. Durante su gobierno se produjo una reacción sunnita; la filosofía, teología dogmática, kalam, y el mutazilismo fueron condenados y prohibidos; el califa luchó también contra el shiísmo, llegando incluso a destruir los santuarios religiosos venerados por éstos, como el sepulcro de Husayn en Karbala. Al-Mutawakkil fue el último califa abasí preocupado del gobierno; después de él sobrevino un período de desmembración del califato, del que se derivaron, por una parte, el califato Fatimí de Egipto y, por otra, la preponderancia de los turcos selyúcidas, sobre los territorios disminuidos abasíes.-

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